
(Canción de libertad contra las rejas de lo superfluo)
Cuando León no puede cantarte
la misma canción que yo estoy escuchando,
el silencio se agranda
se hace largo y trata de romper un pensamiento.
Pero el silencio es nada más que una palabra,
algo que no dije, no dijiste o no dijimos,
una caricia que se quedó en la punta de los dedos
esperando el momento de bordear
los límites de lo no propuesto.
Hace frío y las hadas no quieren milanesas,
las pajaritas vuelan con nieve en sus espaldas
y una espadita me sirve de consuelo
cuando un labio vacío me grita de deseos.
Hay una leve especificación flotando
en el ambiente.
Vos, yo, los dos
y una canción que todavía no escuchamos.
La risa, la pasión, la cárcel del silencio.
La libertad llorando en los rincones
y un beso se abre paso entre las muertes
para sembrar de esperanzas
los desvelos.
Estamos troquelados en el aire,
se corta la respiración
nos crece el corazón
y es como abrirle la cabeza a los misterios.
Ni vos ni yo soñamos alguna vez
con cosas de estas,
con el repiquetear incesante de relojes,
el cosquilleo en el estómago
y la risa que destroza los espejos.
Ni vos ni yo imaginamos,
que lo que fluye en un instante
ya no cesa,
que el río cruza veinte continentes
y el viento te acaricia
desde las hojas de tu sauce
con el rumor apagado
de las ramas que se doblan
sin romperse.
Decime:
¿es esta sensación una porción del fuego?
Es la canción, nena,
es la canción que nunca
se dejará doblegar
por el silencio.