martes, marzo 11, 2003

Van der Guardia

No conozco otro color
que no sea el de las madrugadas con tu nombre.
No.
Y si llorar ahuyenta maleficios y entuertos innombrables
lloremos parados en el marco de la tarde.
Si.
Hay que pasar por debajo de todas las escaleras,
rozar culos en el metro,
atisbar escotes y maldecir al cielo.
Eso.

Necesito cambio,
los billetes gastados guardan el olor de sus antiguos dueños,
pero... ¿hay algo más efímero que el tacto de un billete?
No quiero monedas aunque los molinetes giman de hambre,
no quiero corporativismos elucubrativos del destino de la gente
ni quiero arroz ni papa hervida ni la ensoñación del aire.

Mientras tanto la ciudad
es una aguja clavada en el centro de un tomate.