miércoles, octubre 02, 2002

El dolor ya no afila sus cuchillos en mi espalda
(Cantata de los nuevos puentes que sigo descubriendo)


Solía romper vidrios
en los desayunos desolados y en silencio,
solía flagelarme con pesadillas
que duraban hasta la noche siguiente.

Acostumbraba pintar de gris
las cosas cotidianas,
destrozaba las horas
-las quemaba-
con el fuego lento y mortal de las sustancias.

Solía acrecentar los sufrimientos
con esa carga insana de dolores viejos.
Me clavaba puñales en los dedos
para sangrar la huella y no perderme
en ese camino tempestuoso de sufrir
y de pensar que nada era misterio.

Me empapaba de alcohol
por afuera y por adentro,
renegaba del sol
y de ciertos pensamientos

me tiraba en las calles a que me pisotearan,
para que el mundo entero ya me diera por muerto.

Estaba desnucado, descerebrado y frio
como un muñeco roto, monigote deshecho
sin fe y sin alimento.

En eso estaba yo como todos los días,
masticando el destino, desechando los sueños.

Apareciste vos
con letras en los ojos
te instalaste en mi mente,
me alimentaste el alma
con gestos pequeñitos
como para que el miedo
no te tuviera en cuenta,
poco a poco cambiaste
los grises por colores que yo no conocía
sin hablar me dijiste que todo era posible.

Entonces deseché las viejas pesadillas
me desperté en la vida
y cuando abrí los ojos
estabas esperándome.

Ahora siento el sol, disfruto los momentos,
me alucino de amor y de reconocerlo.
Y no cuestiono nada,
simplemente me dejo
llevar por el instinto
por las ganas que tengo
de tenerte en mis brazos,
decirte lo que siento.

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