miércoles, septiembre 11, 2002

La manzana y las temporadas en el infierno
Vivace ma non troppo, tirando a calenturiento


Pude morder la manzana
pero no lo hice,
solamente le pasé la lengua
y la dejé tirada.
Lo cual es peor,
porque mi baba ácida
horadará concienzudamente
la resistencia de la cáscara
hasta llegar al alma entera
de la fruta,
para otorgarle desmayadamente
el veneno inquietante
de los deseos viejos como el mundo,
y el hecho de haber lamido
esa cáscara roja e inquietante
me hace hervir la lengua,
me electriza cada nervio
y cada pensamiento.

Pero es que yo no quería
comer frutos de árboles
con las raíces podridas,
porque ya estoy podrido
de la podredumbre que me rodea
con su olor morado
como uñas de muertos
que pugnan por escapar
de sus paralelepípedas prisiones
de madera y de gusanos.

Yo no quería,
pero ahora quiero.
Voy a morder la manzana
aunque ello suponga arder
eternamente en el infierno.
Al fin y al cabo,
el que te dije
está durmiendo la siesta
y parece que por cien mil años más
no se despierta.
¿Qué?
¿Que él no duerme la siesta ni juega a los dados?
¡Ja!
Se duerme todo el quía,
si no es así:
¿podés explicarme el kilombo en el que estamos metidos?
Y también juega a los dados,
se juega todo en una mano,
total él nunca pierde.
Aunque Albertito diga lo contrario
juega y duerme,
no coge,
porque la tiene tan grande que no le cabe a nadie,
entonces
como siempre gana y nunca la coloca
duerme,
porque no le queda otra.
Pero ya me fui al carajo,
te decía que ahora voy a morder esa manzana,
aunque el universo muera
apagándose todas las putas luces que no sirven para nada.

Como esas luces que entraban por la ventana
a mordizquear la penumbra cómplice
y reparadora de turbios pensamientos,
como las energías que giraban alrededor
formando un torbellino de cristales rompiéndose.
Y todo porque alguien me dijo que a las manzanas
no había que morderlas.
Cháchara vacía de conceptos,
porque ni yo soy Adán ni ella es Eva,
y las serpientes sólo sirven para que la gente
se agolpe frente a los vidrios sucios
de los serpentarios
en zoológicos míticos poblados de animales en pose,
tristes como la gran puta,
helados derretidos en la palma de la mano,
agujas calientes y cervezas derramadas.

Y yo no quiero perderme
ni un segundo del final de los volcanes,
quiero beber esa lava aunque me queme las entrañas,
supurar sensaciones negras
para teñirlas del color que más me guste,
compartir mi veneno,
morir en el mismo grito
que acompasa las esperas.
Voy a morderla,
voy a comerla con esmero,
quiero hacerla durar,
quiero destrozarla y darle tiempo
a saborear la muerte
que precede las resurrecciones,
para que el cielo se caiga
sobre el mundo
y las gaviotas vuelen su último vuelo
cruzando un mar en llamas.
Y si caemos al infierno mala leche.
¿Quién podrá arrancarnos los sabores?
¿Cúantos satanaces harán falta para romper
el abrazo mortal ensimismado de deseos
y placeres?
Y que el otro duerma o se despierte,
no me importa si me ve,
me importa medio comino si le gusta o desaprueba,
yo quiero morder,
necesito morder esa manzana,
necesito sentir en mi boca
la pulpa jugosa
dándole razón de ser
a los pocos dientes que me quedan.

Y si la noche se hace eterna,
si los astros explotan y se apagan
no me importa.
Sólo sé que no podría
vivir un día más
sabiendo que la manzana esta temblando,
                        deseando que la muerda.


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