jueves, septiembre 12, 2002

El día después
Previsible, inevitable, delicioso


Quería tantas cosas,
y no quería ninguna.
El caso era querer, desear,
ponerse de la nuca,
rayar el suelo con las uñas sucias
y al masticar el sueño
desear que no despierte.

Ahora quiero tantas cosas
y las quiero todas.
El caso es no exigir, no pedir, no rogar,
rasgar la sábana, liberar el cielo,
dejarse resbalar
hacia límites nuevos.

Y quiero por ejemplo:
que la luna haga pis,
que el sapo no reviente,
que el 86 no pare en esta esquina,
que los muertos se rían,
que no lloren los parientes,
y quiero mucho más de aquello que ya tengo.

Pero el reloj me atrapa
con sus zarpas de agujas indecentes.
Me aferro a las patas de la noche
para que no te vayas,
para que se destierren de todo diccionario
esas putas palabras
que quieren separarnos.

No me digas que el sol no te dio el mejor beso,
no me digas que el aire no flotó alrededor
construyendo universos,
no me niegues la risa
ni me niegues la lágrima,
Dame tu primavera
y todos tus septiembres,
dame el péndulo inmovil,
la penumbra insolente,
el reflejo espejado
de tus glúteos de nácar,
dame siempre el sabor
de tus labios ardiendo,
dame el hueco invisible
que habita el pensamiento,
dame el mar y la brisa
la ola que acaricia
esa herida en la arena.
Dame la libertad
de sentirme tan pleno,
dame todas tus noches
(vos sabés lo que quiero)

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