viernes, octubre 25, 2002

Morir y renacer todos los días
(Balada para guitarra y armónica)


Estuve muerto, nena,
cuando palmó la maquinita
me morí un rato largo,
vino un ényel a buscarme
y me llevó de los pelos
por el aire,
llegamos a una puerta luminosa,
donde San Pedro me esperaba
muy sonriente,
para decirme que era un error,
que yo no estaba muerto
porque aún no había llegado mi momento.
Yo patalié como loco,
me quejé y rezongué
porque no podía creer
que eso fuera cierto.
Entonces vino el mandamás
y me calmó,
con una sonrisa ancha como el viento,
me habló de cosas
que yo no imaginaba,
me dijo que nadie puede irse al cielo
sin saber lo que es
el amor acá en la Tierra.

Entonces me volví,
para seguir vagando sin consuelo,
hasta que un día
me encontré con tu sonrisa
y entonces conocí el verdadero cielo.

Te cuento esto,
porque estoy melancólico de ausencia,
esta semana pintó gris
—vos lo sabés—
porque unas horas,
no alcanzan a llenar
las ganas de tenerte.

Y así estoy,
con las manos vacías sin tu piel,
elucubrando nuevas formas de mimarte,
acariciando el aire donde se dibuja
el contorno luminoso de tu cuerpo,
ansiando el vino rojo de tus besos
anhelando tu reflejo en los espejos.

Estoy muriendo y renaciendo cada día.

Muero cuando no estás,
resucito con tu voz
y en cada despedida,
me muero una vez más
para quedarme atornillado en las esperas.

Yo no entiendo mucho de estas cosas
me limito a tomar lo que me ofrecen,
y estas muertes pasajeras no me matan
por que sé que estás igual que yo
muriendo y renaciendo cada día.
Vibrando y latiendo, como yo,
en la misma y loca,
desenfrenada sintonía.

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