Alegoría de los rulemanes engranados
Opus 5ta a fondo y guarda con el semáforo
Hay autopistas tan largas
que no llegan a ninguna parte,
hilos de una madeja inconmensurable
donde las abejas
vienen, con sus tarritos de miel
a endulzar paisajes.
El ruido que produce un rulemán
al engranarse
es directamente proporcional
al latir de los corazones
de conductor y acompañante.
Por eso elegimos
el aire, beber el sol que cae
sin dañarse,
las callejas de tierra,
la polvorienta extremidad
de la ciudad que queda lejos,
la inconmensurable melodía
de una colectora
en sábado de no promesas
y festejos.
Y cuando el amor está flotando
te levanta con él
te lleva lejos,
anida en las latitas de cerveza
y desde allí otea alborozado
el milagro cotidiano
de la naturaleza.
¿Qué tienen de misterio
unas bolitas de metal
cuando se ponen viejas?
Si cuando muere un rulemán
se abren todas las puertas,
para que los pájaros
se vayan lejos.
Caballos de metal,
escaleras de metal,
sábanas calientes,
y los pájaros y las abejas
que regresan,
a picotear las pieles
a alborozar sentidos
a remixar milagros
que se creían extinguidos irremediablemente.
Y de una vez por todas
aprendí a volar,
con vos, en vos,
alas compartidas,
aguja que sube,
agregar agua,
porque el agua pugna
por escapar
de esa prisión de plástico.
Volar en el agua,
explotar termómetros
sin doblar la tapa.
Es alegórico, mi amor,
es señal inequívoca
de donde hay que parar
y cuando hay que seguir,
tomar aliento,
alimentar pasión,
jugar con fundamento.
Pasar cada nivel
haciéndonos expertos,
saber qué botón hay que apretar,
poner botones para que el otro
los apriete.
Dar todo lo posible
y también un poco más,
aprovechar cada segundo
porque el tiempo
no nos pertenece.
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