lunes, mayo 19, 2003

A Ella cuando la noche duraba hasta la noche siguiente

Me puse a destrozar relojes
con una sensación de sexo bífido,
abroquelado a tu sorpresa disfrazada de sonrisa incrédula.
¿Viste?
La última costera pasó hace mil horas
y no tuvimos que correrla,
simplemente dejar que mis manos se abocaran a tu cuerpo,
una y otra vez,
como si nada fuera cierto,
y dejar que tus manos descubrieran
nuevas y maravillosas recetas.

¿Y ahora cómo hacemos para sintonizar cuestiones viejas?
¿Cómo para volver al turno por defecto?

Será cuestión de acomodarse a lo que dicta el viento,
retornar al latido acelerado que va espesando tiempos.

Y volver a soñar,
no dejar que la ilusión se pierda,
si somos sólo eso: ilusiones y sueños.